EDITORIAL

Nuestros Neuro-Escritos

27.10.2012 09:02

Sabemos sobradamente que la secuencia de bases del ADN celular constituye el asiento físico codificado de toda la información primordial (necesaria y suficiente) para la construcción de un ser vivo completo, dotado no sólo de capacidad autónoma para preservar su propia estructura durante el lapso vital, sino también dotado de capacidad para reproducirse dando origen a otros seres igualmente vivos con las mismas características morfoestructurales y funcionales de la parentela; y además empoderados para cambiar su propio medio interno de manera funcionalmente plausible ante la eventual aparición de cambios en la composición química y/o en las condiciones físicas del medio ambiente. Todo ello forma parte del complejo enigma científico que es la vida.


El éxito evolutivo reside no sólo en la funcionalidad básica de todos los individuos de una especie para sobrevivir en su entorno natural, sino además -y sobre todo- en la capacidad de cada especie para regular esa funcionalidad y adaptarse exitosamente a los cambios que con frecuencia ocurren en su hábitat como resultado de la instalación de cambios geo-climáticos, o de la infinita y diversa interacción con los demás seres vivientes.

Hoy se reconoce y documenta la naturaleza de los mecanismos moleculares adaptativos atinentes a la conveniencia inmediata del ser viviente. Ejemplos: a) nuestro cuerpo fabrica azúcar cuando no lo recibe con los alimentos, o guarda como reservas calóricas el exceso de azúcar que pueda ser ingerido en momentos de abundancia. b) sudamos si hace calor, y la evaporación del sudor contribuye a la disipación del calor excesivo; c) “tiritamos” si nos exponemos a una ola de frío intenso, y con ello nos re-calentarnos convenientemente. d) desarrollamos fiebre ante una infección, con lo que facilitamos el combate contra los gérmenes causante de la infección, etc., etc.

Dentro de esa perspectiva, cual es el valor adaptativo y evolutivo de los cambios que suelen ocurrir en nuestra mente al confrontar cotidianamente situaciones novedosas capaces de impactar sobre nuestras emociones? De qué nos sirve venir programados para buscar el goce y evitar el dolor? Qué ventajas para nuestra sobrevivencia tiene nuestra capacidad para emocionarnos: alegrarnos, estristecernos, infatuarnos ante otro ser o ante una obra de arte, apasionarnos, caer presas del miedo, del pánico, etc? En sentido biológico: de qué nos sirve ser propensos al apego, ser susceptibles al sufrimiento? La respuesta a tal tipo de interrogante parece muchas veces obvia: el miedo nos capacita para huir de un eventual depredador, la ira nos prepara para el combate, muchas veces crucial para sobrevivir.

Pero qué valor adaptativo tiene, no ya la sensación o la emoción, sino la capacidad para la elaboración cognitiva que palpita contínuamente en nuestras mentes, que posibilita el desarrollo de preferencias conductuales, convicciones éticas, religiosas o filosóficas; y nos conduce instintivamente hacia la exploración y el conocimento? Cuán accesorias y cuán esenciales son estas capacidades mentales en el sentido adaptativo?

Tal tipo de interrogante dió pié hace ya varias décadas al surgimiento de un seductor campo del saber: la Sociobiología. Es ella sólo metafísica, especulación? O las intuiciones de carácter “teleonómico” (que atribuyen un propósito a todas las capacidades vitales) pueden conducir a la elaboración de hipótesis científicas que pueden ser objeto de experimentación ?
Nuestra sección de Neuro Escritos se ocupará periódicamente del apasionante universo de ideas y verificaciones que se relacionan con las preguntas arriba planteadas.

Al hacerlo no pretendemos ni de lejos asumir autoría alguna por las ideas y/o hallazgos científicos que estaremos aquí reseñando, pero sí deseamos orientar al lector para el estudio de estos temas.

Un millón de gracias por revisar gentilmente estas notas técnicas.

N. Iván Contreras

Caracas, Septiembre de 2012